Cayendo por última vez

Dentro de una cantina apestosa de Monterrey la clientela se disfrazaba con el lugar a base de visitarlo casi diario. Los hombres de sombrero y botas vestían los mismos tonos ocres que decoraban el viejo lugar, y su poco movimiento solo era delatado por las bocanadas de humo que eran expelidas de vez en cuando. Por eso eran mucho más notorios dos hombres sentados en la barra, uno vestido de rojo y el otro de naranja brillante.

—¿Vas a seguir tomando? —dijo el hombre de naranja.
—Es algo que no te importa —respondió el de rojo, tomando otro trago de tequila.
—Claro que me importa, soy tu amigo, me parte el alma verte así. Mírate: Estás cayéndote de borracho.
—Fernando, quítate la venda de los ojos, nunca te he importado.
—No digas eso, ya vámonos, no encajamos aquí.
—Lárgate tú.

El hombre de naranja sacudió la cabeza con desgana. Ya había pasado años intentando arreglar la desordenada vida de su primo, sin éxito. Se había embarcado en proyectos absurdos, que sólamente lo habían dejado en la ruina y con una familia destrozada. En esta ocasión, parecía que había tocado fondo.

—Tráigame otra botella de tequila —dijo el hombre de rojo al cantinero.
—Ya no tomes, por favor, no te hagas esto a tí mismo. No entiendo para qué tienes que venir a esta cantina de mala muerte, de las peores de la ciudad. Tú no naciste para esto, tienes un lugar en el público, quieres ser famoso, ¿recuerdas?
—¿Tú qué sabes lo que yo quiero? La fama no significa nada, ahora lo entiendo, después de casi veinte años... Mira a Diego Santoy Riveroll. Asesino, drogadicto y todo, pero bien que ahorita es alcalde de Monterrey.
—Bueno, luego pudo apelar su sentencia y demostrar que no fue el asesino. Todo fue un comlot en su contra, tú bien lo sabes. Ha hecho cosas buenas por la ciudad, no seas ingrato.
—A mi no me engaña ese pendejo, a huevo que los mató. ¿Y todas las tranzas que se le conocen son cosas buenas? Sus obras públicas nomás con la punta del iceberg, las paga con los billetes que no le caben en los bosillos cuando roba. A lo que voy es que la fama se compra, la fama se vende... No llega solita, ni por tus talentos.
—A tí te llegó en tu época.
—Mírame ahorita, ¿de qué me sirvió? Además, eso no fue fama, fue burla, fue ridículo... Eran ganas de ver sangre, hasta ahora lo entiendo.
—Mira Edgar, yo creo que deberías estar agradecido por lo que llegaste a vivir. ¡Fuiste el niño más famoso de México! Querían postularte para presidente, saliste en televisión nacional, periódicos, e internet no se diga. Pocos pueden decir que hicieron eso, algunos matarían por hacerlo.
—¡Eso vale madre! Mira, deja te lo demuestro.

Se levantó con dificultad, todavía con el vaso en la mano, y gritó a todo pulmón:

—¡Yo soy Edgar!

Debido al alto volumen de la música norteña que sonaba en el lugar, solamente algunos voltearon a verlo, sin interés de ver los desplantes absurdos de un borracho cualquiera.

—Te lo dije...
—¿Qué Edgar? —preguntó un tipo cuarentón que estaba tomando solo en la barra.
—Edgar... El único que existía a principios de siglo. El que estúpidamente se bañó en un arroyo de agua negra por culpa de este pendejo que está aquí, y que desde entonces su vida no ha sido más que caídas.
—¡Yo te recuerdo! —dijo el desconocido con el rostro iluminado— ¡Saliste en Internet! ¿Cómo le hacías? "¡Ya güey! Pinche pendejo idiota".

El hombre estalló en carcajadas, en parte por que andaba casi igual de borracho que Edgar.

—¡Eras la neta Edgar! —prosiguó— Era tu fans, miré el video un chingo de veces. Subiste muchos kilos, ¿verdad?

Las facciones de Edgar se habían endurecido hasta ser la viva imagen de la furia.

—Me da mucho gusto que te de risa mi caída, como a tanta gente morbosa que no tenía nada mejor que hacer. Al principio pensé que me querían, pero caí en la cuenta lentamente de que todos son unos pendejos. Grabé comerciales, salí en películas, en revistas y en radio. Hasta que comencé a notar que cuando decía "Ya güey" nadie se reía... Perdí toda gracia. Esta sociedad lo mastica a uno como chicle, y cuando pierde sabor lo escupen para que sea pisoteado por el primero que pasa.
—Edgar —interrumpió Fernando—, ya vámonos, estás muy borracho.
—¡Tú cállate que eres el principal culpable! Si nunca me hubieras tumado tal vez me habría dado cuenta de que era importante hacer algo de mi vida aparte de tratar de caerle bien a todos, tal vez estudiar una carrera o iniciar un negocio. ¡Te odio!
—Pinche Edgar —dijo el borracho cuarentón—, ya cállate o te voy a tumbar.

Por alguna extraña razón, el tipo encontró estas últimas palabras muy graciosas, y soltó la carcajada golpeando la barra con el puño hasta que le salieron lágrimas de risa.

—¡Cállate pendejo! —gritó Edgar— ¿Tú que sabes lo que he sufrido? ¡Te voy a madrear!
—Déjalo en paz —rogó su amigo—, está ebrio como todos aquellos que veían tu video por primera vez... Vámonos, no encajamos en este ambiente.
—No me voy a ir sin antes darles su merecido a esta bola de idiotas que no saben hacer otra cosa más que pistear. Deberían sacar la cabeza del culo y ponerse a pensar en qué mundo están parados. ¡Van a ver!

Tambaleándose, subió a una de las sillas para posarse sobre una de las mesas, y dar su discurso triunfal.

—¡Bola de pendejos! Quiero decirles que...

No pasó de ahí, pues la pobre mesa no pudo con tanto peso, y se rompió ayudada por una patada que le dió el borracho que segundos antes se había burlado de él. El pobre hombre pasado de peso gritó mientras caía al suelo, entre botellas, vasos y escupitajos.

—¡Pinchi pendejo idiota! —grió el recién caído.

Levantando la vista, se encontró con su amigo Fernando, quien tenía el brazo extendido y le apuntaba con un teléfono celular, al igual que muchos de los presentes, que ya comenzaban a burlarse de él.

—Lo siento Edgar —dijo Fernando mientras seguía grabando—, es todo por tu bien.
—¡Ya güey! ¡Deja de grabar idiota! ¿Lo vas a subir a internet?
—Querías fama de nuevo, ¿no?
—¡Pinchi pendejo, idiota!

Fernando guardó su celular, y antes de que el hombre bañado de alcohol, sangre y fluidos corporales pudiera levantarse, salió corriendo hacia la salida mientras casi toda la concurrencia estallaba en carcajadas y el cantinero calculaba mentalmente a cuánto ascenderían los daños, pero tuvo una idea genial:

—¡Ey, tú! El que está vestido de naranja: Menciona el nombre y la dirección de la cantina cuando subas el video.

En el umbral, Fernando asintió, y se perdió en la oscuridad de la noche. Cuando ya nadie lo estaba grabando, pero Edgar comenzó a vomitar en el suelo.

Atte.
BadBit

P.D. Ya apareció el tipo que me atropelló la segunda vez, dejó un comment en el post El implacable imperio del automóvil, chéquenlo. A mí también me parecía conocido.

3 comentarios:

D.R.G. dijo...

jjajaja.. YA WEIIII ES CIERTOOOO le futuro de edgar despues de que gamesa le quito su consesion se rapara y golpeara histericament a los paparazis... a no eso es britney jajaja!!!

hey el mensaje del atropellador esta de madres jajaja

te kiero amiguis!

52X Max dijo...

jajaja, no pude evitar mas ke reirme

la historia es buena

pobre edgar, lo ke le depara su destino

P dijo...

De donde te sale tanta imaginación? Y tiempo para postear :p jaja