Sentimiento de abandono

Creo que ya puedo escribir sobre esto. Ha pasado bastante tiempo. Es una historia interesante que con frecuencia utilizo para ilustrar algún punto. A veces no cuento anécdotas por miedo a que las personas involucradas sean identificadas, generalmente lo son. Pero ya pasaron muchos años de esto.

Para mi servicio social de ingeniería entré al departamento de soporte técnico de una empresa. Recién habían movido a la encargada de puesto y ascendieron a una recién egresada de licenciatura en informática. Diría yo que tenía unos 26 años. Se encontraba muy insegura acerca de su propio conocimiento y experiencia, así que la asistiría con los problemas técnicos. Éramos tres personas en el departamento: La encargada, otra muchacha de servicio social (ya había terminado pero esperaba que le dieran trabajo) y yo.

En momentos ociosos, cuando no había muchos problemas por resolver, mi jefa nos platicaba sobre su vida. Nos contó que tuvo que entrar ahí a trabajar de secretaria a los 14 años, o al menos eso recuerdo. El motivo fue que un día su papá simplemente se fue y las abandonó a su mamá y sus hermanas. Un día despertaron y ya no estaba. Nunca volvió ni supieron más de él.

Ella, la mayor, tuvo que llenar los zapatos y trabajar para mantener a su familia. Estaba muy orgullosa de haber sacado a sus hermanas y su mamá trabajando desde tan joven. En el periodo en el que estuve ahí, todavía estaba involucrada en los planes para la fiesta de graduación. Había ascendido varias veces y ahora que ya tenía una licenciatura la habían puesto en soporte técnico. Así que tuvo que estudiar, trabajar y mantener a sus hermanas y su mamá.

Yo no hablaba mucho en aquel entonces. A la gente le gustaba contarme cosas por que me limitaba a escuchar sin criticar ni alegar. No era muy amenazante. De hecho, hace poco visité a una excompañera de la universidad y me comentó que hoy en día, a diferencia de entonces, no me para la boca. Que antes era mucho más selectivo para platicar con alguien o para elegir a quién responder.

Volviendo a la historia. El problema es que no sé qué hizo mi jefa durante su carrera, por que siendo sinceros no aprendió mucho que digamos. Se atoraba con los problemas más simples, como impresoras que se negaban a imprimir o mensajes de error en la instalación de cierto software. Por esto mismo me mandaba a mí a resolver todos los problemas, y no sabía qué hacer con muchos de ellos. Estaba morro, pues, me había alejado mucho de las computadoras. Era la época cuando quería ser director de cine y demás. Estaba morro, pues.

La mayor parte de los regaños me estaba tocando a mí, porque yo daba la cara. Ella solamente recibía las llamadas de ayuda y yo salía a hacer el ridículo. No niego que fue una experiencia muy educativa, pero era muy estresante no tener alguien a quién recurrir en busca de ayuda.

El punto es que el resto de los empleados se dio cuenta, y los rumores comenzaron. Que ella no daba el ancho para el puesto y así. Mi jefa no tomó a bien los comentarios, nos decía: «Aquí sólo nos tenemos a nosotros, nadie más nos va a ayudar»

Un día se me acercaron la antigua encargada del departamento, y la encargada de otra área de informática. Me preguntaron que cómo me estaba llendo. Les dije toda la verdad, que realmente yo estaba dando la cara y me ponían a hacer todo. Que no veía a mi jefa muy capacitada y ese tipo de cosas. Se vieron un momento y me dijeron: «Está bien, te vamos a cambiar de área. Ya no vuelvas para allá». Me colocaron en un escritorio y me preguntaron: «¿Dejaste algo en esa oficina?». Y yo: «Sí, mi mochila». Se quedaron contrariadas, y me dijeron: «Espéranos tantito».

Una de ellas se fue y volvió a los pocos minutos. Me escoltó a mi anterior oficina para recoger la mochila y cuando llegamos mi exjefa estaba bañada en lágrimas. Esta escena me sacó mucho de onda. Ella me dijo, sollozando y con los ojos bien abiertos: «¡Miguel! ¿Qué hice mal?». Yo intenté mantener la calma: «Nada, no hiciste nada mal». Mi nueva jefa intervino: «Lo vamos a cambiar de departamento donde haga algo más avanzado, donde pueda aprender más».

Pero fue como si mi exjefa no hubiera escuchado nada: «¡Dime qué hice mal, Miguel!» decía con la voz toda quebrada por el llanto y el final de cada palabra era casi un lamento doloroso. Sobre todo el final de cada frase. Debo confesar que caí un poco en el jueguito chantajista. Quería consolarla o algo. Me dolió verla así, con las lágrimas en los cachetes y su abundante maquillaje arruinado.

Tomé mi mochila y no encontraba la manera de irme. Ella seguía llorando y sentía que no podía desprenderme. Finalmente mi nueva jefa dijo: «Ya nos vamos» y me tomó del brazo hacia la salida. Ya no sé si esto sucedió, o estoy embelleciendo la escena con mi memoria, pero creo que estiró la mano. Lo que si estoy seguro es que pronunció un último y doloroso «Miguel» como intentando retenerme.

En el pasillo, mi nueva jefa se burlaba de ella, simulando tallarse los ojos con los puños: «Miguel, ¿qué hice mal? ¡Dime qué hice mal!». Yo todavía estaba un poco en shock sobre lo que había pasado. Estaba morro, pues.

Tiempo después, cuando comentaba esta anécdota con un conocido que es psicólogo, me dijo: «¡Pues claro! Tiene un sentimiento de abandono bien cabrón». Y sí, pensándolo bien, sospecho que revivió el trágico momento cuando su papá ya no estuvo más con su familia. La situación fue demasiado similar.

Quizá por eso nos dijo que nosotros, las tres personas dentro de esa oficina, éramos los únicos en quienes podíamos confiar. El que simplemente le llegaran con la noticia de que ya no estaría más  con ellas, el yo ser una figura masculina, no sé, fue demasiado cercano. En realidad no me estaba preguntando a mí, estaba preguntándole a su papá. Nunca ha tenido oportunidad de saber, de preguntarle qué hicieron mal su mamá y sus hermanas para que un día decidiera abandonarlas así como así. Tantos años con esa incertidumbre convertida en culpa no salen gratis.

¿Por qué cuento todo esto? Creo he visto cosas así más de una vez. Y claro, nadie está exento de que le suceda. Muchas veces, cuando alguien está actuando como loco, cuento esta breve historia. Sólo para ilustrar que las actitudes irracionales tienen un origen explicable. La mayor parte de las veces. Nunca sirve de mucho.

Ya pues, ya me callo con mi psicología de pacotilla.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Interesante historia. . .