Bocanadas de aire fresco






En mayo decidí venirme a vivir a Ensenada, sin ninguna pista de cómo hacerlo, sin ninguna posibilidad de lograrlo. En junio conseguí un empleo. En julio conseguí un departamento. En agosto, aquí estoy. Todo ha sido drástico y repentino, pero las cosas han caído en su lugar perfectamente como piezas de Tetris. Como cuando las acomodas todas y lo único que falta para vaciar la pantalla es una pieza larga. Cuando la ves bajar, ni presionas el botón para apresurarla. Sólo la ves, paso a paso, disfrutando el momento lleno de satisfacción.

Pero tuve que renunciar a muchas cosas familiares y cómodas para que todo se diera fácil. Renuncié a ser comunicólogo, dejé mi empleo, renuncié a ver a mis amigos seguido, a estar cerca de la frontera, a tener a la familia cerca, a mi red de conocidos, etc.

Mi motivación era no pensar tanto en lo que dejo atrás, sino en lo que viene por delante.

Dejar mi empleo fue particularmente difícil. No sé si volveré a Colegio de Bachilleres, pero me gustaría hacerlo. Es un trabajo difícil y estresante, pero tiene muchas recompensas. Cuando les dije que me iría, todos a mi alrededor quedaron paralizados. Me miraban con la boca abierta como si estuviese a punto de saltar de un puente. En esos momentos mi voluntad flaqueaba un poco.

Foucault dijo que la escuela tiene mecanismos de poder para dos funciones: Vigilar a los individuos y castigar al que se salga de la norma. Todo en las escuelas está organizado para facilitar estas funciones. El uniforme, por ejemplo, sirve para vigilar mejor a los estudiantes. Al estandarizarlos, el que se sale de la norma se distingue de inmediato. Muchas veces los salones de clase tienen una pequeña ventanita en la puerta, que permite ver hacia adentro fácilmente, pero dificulta el identificar al observador.


Los maestros también somos vigilados. Este es el pasillo de cubículos del COBACH Baja California, donde yo trabajaba. Hasta el fondo hay una puerta con una pequeña ventana. Más al fondo está la oficina del director. Una simple mirada desde allá presenta un panorama muy rápido de lo que sucede en el pasillo. Desde esa oficina también se tiene una vista privilegiada del resto de los edificios. Se vigila mejor.

Parece que no, pero este y muchos otros mecanismos de control, van aplastando a la gente. No ayudan a liberarnos, a maximizar nuestras potencialidad. Al contrario, la limitan, la controlan, la contienen. Uno como profesor, de pronto no le queda de otra más que ejercer la vigilancia y el castigo con los estudiantes. Se nos exige a nosotros, y nosotros les pasamos la factura a ellos. El orden de la educación actual es bastante siniestro, si pensamos en ello un poquito.


En COBACH, en algún momento en la sala de maestros, alegué que la tarea de las escuelas debería ser liberar a los estudiantes. Dije esto basado en las ideas de varios autores: Foucault, Freinet y Freire, por ejemplo. Con libertad me refería a la capacidad de autodeterminación de los individuos, y la responsabilidad de sus actos.

Otros profesores me dijeron que yo pensaba así porque "estoy joven", y por tanto, pienso como "los morros". Una maestra me dijo: "¡Pero si ya hacen lo que quieren! ¿Quiere que les demos más libertad?".

Supongo que como no saben ser libres, la solución es quitarles la libertad. Eso les enseñará.

El defender estas simples ideas me costó que algunas maestras ya no me hablaran. Mientras tanto, las medidas restrictivas y de control se multiplicaban en la escuela. El estudiante está cada vez más individualizado, cada vez más controlado, cada vez más dividido y etiquetado. Yo lo veía claramente en el laboratorio de informática, donde a los muchachos ni siquiera se les ocurría pedir ayuda al compañero de al lado en ningún momento.


En Ensenada llegué a la escuela donde hoy trabajo sin saber qué esperar. Mi primera impresión, después de recorrer el kilómetro y medio de terracería para llegar, fue sumamente buena. Es una escuela rural, hay muchas plantas, mucha construcción de madera y de adobe. Todo se mezcla bastante bien con el entorno. Fue un cambio drástico del concreto y vidrio al que estaba acostumbrado.

Al entrar vi un letrero que exponía los valores de la escuela: La libertad y la justicia eran los principales. Hablé con la directora mientras unos perros jugaban en sus piernas. Me explicó cómo se trabajan las cosas ahí. Mientras más hablaba, más sentía que había llegado al lugar correcto. Me advirtió muchas veces que era un centro educativo que daba mucha libertad a los estudiantes, que no me fuera a asustar. Cuando me dio un recorrido por las instalaciones, pensaba para mi mismo: "¡Quiero trabajar aquí!".

Todavía no inicio clases, pero ya estoy fascinado por el proceso. No hay un reglamento, hay un manual de convivencia. Cada año, los estudiantes hacen revisiones al manual y se hacen acuerdos y modificaciones entre todos. No hay un uniforme estricto, no hay prefectos, no hay guardias en las puertas. No se marca una diferencia abismal entre profesores y estudiantes. Los edificios no están acomodados para una mejor vigilancia, uno está agusto de estar ahí. La libertad de siente, es contagiosa. De pronto no me sentí encarcelado.



Fue difícil para mi dar el salto y dejar atrás aquellas cosas que me eran cómodas y familiares. Mucha gente me aconsejó que no abandonara mi empleo. Todavía no sé si tomé la mejor decisión. El tiempo lo dirá, por lo pronto me arriesgué y no he visto hacia atrás ni un poquito.

Estando en esta nueva escuela, paseando por sus pasillos, conviviendo apenas con estos estudiantes, me doy cuenta de lo mucho que estaba muriendo. El encierro, las rejas, el control, el concreto, los uniformes, los guardias, las tablas de especificaciones de exámenes, los cronogramas, las reuniones de academia y los exámenes estandarizados estaban aplastando mi espíritu. No me daba cuenta, hasta que hice el gran cambio y extendí mis brazos como hace mucho que no lo hacía.

Ahora que no tengo tantas presiones encima sé lo que es llevar una vida normal. Trabajar un horario decente, tener tiempo para mi. Divertirme. Descansar. Lo extrañaba de veras. Ahora hasta siento ganas de ir a mi trabajo.

La libertad tiene un gran componente que es la responsabilidad. Si la riegas, es tu culpa y debes responsabilizarte. Da miedo, por eso tanta gente renuncia a su libertad para sentirse cómoda, para no tener ese peso encima, para no fracasar. Pero si aciertas, es tu logro y nadie podrá quitártelo.

Yo mismo me encerré. Me llené de compromisos que me sujetaban, me impedían desarrollarme aunque irónicamente los tomé para eso. Ahora la llevaré más calmada, pensaré más en mi, pero también en los que me rodean.

Todos estos cambios drásticos que he estado haciendo, también van encaminados a recuperar algo que creía perdido. Simple y sencillamente, quiero ser libre.

Adiós, COBACH.

No seré comunicólogo

Esta fotografía me la tomó Elvia en diciembre de 2006, al finalizar mi primer semestre de comunicación.
Sentía que era uno de los mejores momentos de mi vida.

Hace poco comentaba que estaba tomando algunas decisiones grandes en mi vida. Me aventé un rollo así de que "ya voy a cambiar" y todo el kit. Pues bien, el lunes decidí que no terminaré mis estudios de comunicación en la UABC. Es un paso doloroso, pero necesario.

Si continuara dentro de la carrera, entraría ya a mi semestre número trece. ¡Puf! Ya son un buen. Soy un fósil de la Facultad de Ciencias Humanas. ¿Cómo imaginar, cuando entré, que para el 2012 no habría terminado? Ya no conozco a nadie en clase. Mis compañeros de generación se graduaron o reprobaron desde hace mucho. Muchos de mis exalumnos de la prepa ya van como en cuarto o quinto semestre ahí mismo. Ya mero me alcanzan.

Entré un semestre después de terminar ingeniería. No me gustó la carrera cuando la terminé. Recuerdo muy bien el día, como en cuarto o quinto semestre, cuando me dejé caer en una de las bancas de la cafetería del Tec, y le dije a mis compañeros que no me veía imaginaba de ingeniero en sistemas. Todos me recomendaron que la terminara. Total, ya estaba a la mitad, ¿ya qué? Fue tanta la insistencia de todos, incluso de mi papá, que seguí adelante.

Después de mi examen profesional de ingeniería en 2006,
con compañeros que hicieron el examen el mismo día.

Me titulé y por las mismas fechas hice mi examen de admisión para comunicación. No recuerdo mi puntaje exacto, pero fue algo así como 735 puntos. Soy bueno en las dos grandes áreas del examen: Matemáticas (después de terminar ingeniería ya serían chingaderas) y lectura y redacción, así que no me sorprendió tanto. Para ese entonces me la pasaba leyendo, escribiendo, tomando fotografías, opinando sobre cosas que no sabía nada. Todo el cliché del comunicólogo, hasta me preguntaban a cada rato si lo era.

Entré porque me gustaban los medios de comunicación. Tenía 23 años. Ya trabajaba en radio, en televisión, hice algunas publicaciones, hasta estuve de extra en una película. Había visitado muchísimo la biblioteca de la facultad, conocía la mayor parte de los libros sobre cine que tenían ahí, y otros sobre radio. Me interesaba todo. No podía esperar a entrar, era uno de mis grandes sueños.

Al iniciar, sentí como una bocanada de aire fresco. Después de cinco años de estudiar código, fórmulas, procesos, protocolos y algoritmos, hablar de cosas humanas fue increíblemente estimulante. Sentí le hacía mucha falta a mi vida. Fue genial. Comencé a dar clases en prepa porque me permitía seguir estudiando.

Una parte de mi grupo durante la materia de desarrollo humano en 2007.

Pero la carrera me gustaba también porque mi primer grupo fue muy bueno. Como estábamos en modo semiescolarizado, había gente que trabajaba y estudiaba, por lo que realmente le echaban ganas. Para todos, estar en la facultad representaba un sacrificio, un esfuerzo extra, y lo apreciábamos mucho.

Durante la materia de administración en 2007.

¡Vaya que fue un sacrificio! Dejé ir buenas oportunidades de empleo. Mis viernes en la noche rara vez eran sociales. Salía de clase a las 10 pm y entraba los sábados a las 7 am. Se me juntaban los finales de semestre de la prepa y la universidad. Al inicio tenía que hacer malabares con mi horario, para acomodar trabajo y estudio. Fue muy, muy pesado, ahora que lo pienso. Como siempre estuve así, no me había dado cuenta hasta hoy.

Al principio mi prioridad era el estudio. Mi sueño era trabajar en los medios, en algo creativo. Por eso dejé pasar oportunidades de trabajo. Ni siquiera consideré aquellas ofertas que me impidieran asistir a clase. Tomé cursos intersemestrales sacrificando vacaciones también. Casi no salía de la ciudad por lo mismo. Aproveché las clases mucho más que en ingeniería, me dediqué en serio a estudiar.

Pero el amor acaba. Ya para cuarto semestre, mi grupo se desintegró. Cada quién andaba en materias diferentes, además algunos desertaron. Por otra parte, el ritmo y la calidad de las clases también decayó, o no sé si la novedad de estudiar una ciencia humana se esfumó. Sentí que muchas materias eran una pérdida de mi tiempo, y que no aprendía gran cosa en ellas. Algunos maestros daban una clase tan light que me sentía insultado. La escuela dejó de ser prioridad.

Algunos eventos me atrasaron. Principalmente un diplomado de competencias docentes que tuve que cursar obligatoriamente en COBACH. Eso me atrasó todo un semestre. Y conforme pasaban los semestres, veía que el ámbito de los medios no me llamaba la atención en absoluto. ¿Por qué estaba estudiando eso? Ya ni siquiera me llamaba la atención trabajar para una revista ni hacer cine. Fueron muriendo esas pasiones.

Checha posando para un corto, 2008.

Cada día me sentía más fuera de lugar. Durante tres momentos específicos, estuve a punto de darme de baja de la carrera. En uno de ellos, inclusive llegué a la oficina de la subdirectora a decir: "Quiero darme de baja definitiva". Normalmente estos episodios eran la culminación de grandes problemas a la hora de inscribirme, u otras linduras producto de errores administrativos. Pero me convencieron de seguir.

Mientras tanto hice muchas cosas: Tocar en bandas, escribir cuentos, tomar fotografías, entrar a otros cursos, dar pláticas... En fin, lo que me gustaba.

2008.

Desesperado porque sentía que no avanzaba, decidí entrar a la maestría de estudios socioculturales. Fueron dos años donde, en efecto, encontré lo que buscaba. Me encantó el proceso de estudiar ese postgrado, luego platicaré más sobre ello. Aún así, tomé una o dos materias por semestre en la facultad. No la abandoné del todo. Junto con el trabajo, la carga de la maestría y la serie de problemones que se me vinieron encima, fue casi un milagro sacar adelante estos último cuatro semestres.

Ahora me encuentro con una situación muy difícil. Estoy a punto de irme a vivir a otra ciudad (more on that later) y ya se me acabó el tiempo disponible. Tengo siete años para terminar, y ya me gasté seis. Me faltan algunas materias todavía, y debido a los servicios sociales que debo hacer y mi empleo, definitivamente no voy a terminar.

Quizá si hago un esfuerzo sobrehumano (una vez más) pueda lograrlo. Pero... ¿Vale la pena? ¿Estoy dispuesto a sacrificar más todavía? ¿Quiero ser comunicólogo? ¿De qué me va a servir un título más? Ya tengo un título de maestría que me puede servir casi para lo mismo. Lo mejor que se me ocurre es retirarme ahorita, renunciar a la carrera. Y a decir verdad, ya son seis años de llevar un ritmo de vida insostenible. Necesito descansar un poco.

Soy una persona muy obstinada, no me doy por vencido fácil. No es sólo la resignación lo que me lleva a dejar comunicación. Ser comunicólogo es un plan que ya me queda muy chico. Tengo en mente otros proyectos, pero para lograrlos, tengo que desprenderme de algunos lastres, tengo que hacer cambios. Podría terminar la carrera y seguir anclado a Mexicali cuando menos un año más. Continuar mi vida de antes.

Pero ya no quiero eso. Tengo que liberarme de esta enorme carga. Vienen cosas mejores.

No fue fácil la decisión. Luché conmigo mismo durante algunas semanas. Me resistí al cambio, creo que todavía lo hago. Pero después de un tiempo de pensarlo, admití que ya no me entusiasma la idea. Ya no me interesa, ya no me motiva, ya no hace feliz.

Y créanme: Ahorita lo que más quiero es ser feliz.

Adiós, facultad.