Para escalar un árbol con las raíces invertidas

El atardecer se tornaba purpúreo cuando reajusté mi reloj de manecillas para evitar la puesta de sol. Tu sonrisa me indicó que hice lo correcto.

-¿Verdad que tendremos muchos cocodrilos? -preguntaste casi llorando.

Tomé mi reloj y lo estrellé contra el pavimento. No hizo ningún sonido. Pasé por alto que habíamos salido ya de la calle, y bajo mis sandalias se encontraba la cálida arena de la playa. Se extendía en todas direcciones, hasta el horizonte, salpicada de destellos por culpa de las botellas rotas.

-Allá hay una banca -dijiste apuntando a lo lejos. A la orilla de un cerro. Fuimos hasta allá cabizbajos. Pensé para mi mismo: "Éste es el fin, este es el fin...".

Lo confirmé cuando observé el crucero, el gran crucero turístico, surcando la arena de la playa. Con la luz del sol golpeándolo oblicuamente.

Me interrumpiste. Trepaste a mis hombros y gritaste a todo pulmón: "¡Al decir que te olvido, te recuerdo!"