Nunca es tarde para superarse

Hoy fui a tomarme unas fotografías de tamaño infantil que requiero para un trámite. No tenía mucho tiempo en la mañana, así que llegué a un estudio fotográfico cerca de mi casa. Muchas veces lo había visto, cuando iba de carrera o regresando del trabajo, pero nunca había entrado. ¿Para qué? Me estacioné y al asomarme dentro el lugar me dio un aspecto bastante descuidado. Pero no me importó, llevaba mucha prisa. La puerta estaba cerrada pero había un timbre que presioné para anunciar mi llegada.

Detrás de una cortina de tela salió una señora de corta estatura, caminaba con dificultad. Me abrió la puerta de vidrio con sus llaves y preguntó qué se me ofrecía. Le comenté lo de las fotografías, pero que no estaba seguro si eran a color o en blanco y negro. Observé a mi alrededor y vendían cosas nada relacionadas con la fotografía. Tintes para el cabello, algunas figuras de porcelana y otras cosas que no recuerdo. Había un escritorio desgastado que vio mejores días. Seguro ya ni lo usaban y seguía de adorno.

Muchos estudios fotográficos se encuentran en decadencia. Todavía la gente busca los retratos familiares, fotos de los novios y quinceañeras. Pero creo que la fotografía digital ha robado mercado a muchos de estos negocios. Algunos ya están tan abandonados como éste, moribundos. Como un lugar congelado en el tiempo. Por eso mismo decidí tomarme las fotos ahí y no buscar otro lugar. Llevaba prisa, es verdad, pero bien podría haberme dado la media vuelta. Creo que tenía tiempo. Ahora me siento millonario de minutos.

"Las fotos a color te las tendría ahorita, las de blanco y negro mañana en la tarde." Como no tenía tanto tiempo, opté por las fotos a color. "Qué bueno, así no te tienes que dar otra vuelta, me dijo", pero más bien creo que también sería más fácil para ella. Me pasó a otro cuarto de aspecto más ruinoso todavía. Había una puerta abierta que seguro daba hacia una casa. Una radio vieja se escuchaba a lo lejos, con algunas canciones románticas muy viejitas.

Había muchas cosas en ese cuarto. Algunos trapos mal acomodados, sobrantes de fotografías que fueron recortadas, un espejo, un sillón individual tan deteriorado como el escritorio de la entrada y algunas luces que formaban el improvisado estudio. Me senté en la banca detrás de las luces y delante de la pantalla. La señora se agachó con dificultad para encender los focos.

"Algo raro le pasa al radio", me dijo, "cuando prendo cualquier foco suena más fuerte". Yo no había prestado atención y supongo que mostré contrariedad. Como para demostrar que no estaba loca, me dijo: "Escucha". Apagó la iluminación y, en efecto, la radio bajó de volumen drásticamente. Ya casi no se entendía la letra. Cuando las encendió de nuevo, el volumen se vino arriba, con un poco de distorsión. La voz se escuchaba claramente. La canción era "Puerto de ilusión" en una interpretación muy emotiva y melancólica de las hermanas Huerta. Creo que encajaba con todo el resto del lugar.
La Paz, puerto de ilusión
remanso de luz y amor
como una perla que el mar encierra
así te guarda mi corazón.
La señora preparó la cámara. Obviamente las fotografías serían instantáneas. La cámara era de esas que tienen seis lentes para captar seis imágenes al mismo tiempo. Me indicó que moviera la cabeza un poco y disparó el obturador. Sacó el papel fotográfico y lo colocó en una mesa, mientras esperaba a que se revelara. Para sacar plática me preguntó:

¿Para qué necesitas estas fotografías?
Para un examen de inglés. Pero no especificaron si eran a color o en blanco y negro.
Han de ser a color -me dijo, como para darme ánimos  Mi hija estaba hace poco en estos trámites, pero ella ya se recibió.
¿Ah sí? ¿De qué?
Psicología respondió . ¿Y tú de qué te vas a recibir?

Podría haber dicho la verdad: De la maestría de estudios socioculturales. Pero casi siempre es una mala idea. Luego tengo que explicar qué demonios es eso y no es una tarea placentera. La gente nunca queda satisfecha, ni yo. Prefiero decir una mentira inocente, algo que no es totalmente falso pero que no es la mera verdad: "Comunicación". Se quedó satisfecha con mi respuesta, así que me congratulé por mi elección. Comentó algo más sobre su hija, no recuerdo exactamente qué, pero eso picó mi curiosidad para saber qué edad tenía actualmente.

Veintiséis -respondió. No debí preguntar, sabía la siguiente pregunta.
¿Qué edad tienes tú?  Preguntó y decidí no mentir.
Veintinueve.
Oh...

En su rostro pude ver todas sus suposiciones. "Ya está grande para estarse graduando". Muchas veces he visto esta reacción y yo me la busco. La verdad, la prefiero a tener que explicar toda mi vida. Decir que soy ingeniero, que luego entré a estudiar comunicación y que no he terminado, pero entré en la maestría de estudios socioculturales. Escuché a la señora atentamente pero no estaba de humor de explicar toda mi vida, realmente no. Para ella fui un pobre estudiante de comunicación que se graduaba casi a los treinta. Fue quizá demasiado enternecedor e intentó hacerme sentir mejor:

Nunca es tarde para superarse.
No  concordé yo, sinceramente de nuevo.

Y sí, tiene razón. Nunca es tarde, siempre he pensado así. Si hay algo que me cae gordo, es la gente que dice que ya es demasiado tarde para cambiar cualquier cosa de su vida. Para iniciar algo nuevo.

Hace poco conocí aquí una señora que ya se ha recibido de muchas cosas  continuó.
¿Ah, sí? ¿De qué?  pregunté, francamente interesado.
Pues la primera fue de psicología -me decía sin verme, mientras cortaba mis fotografías- la última de trabajadora social.
Qué bien  le respondí.

Me entregó mis fotografías, de las cuales quedé muy decepcionado. Quedaron muy lejanas, la iluminación no me ayudó. Como venía de la calle, creo que hubiera sido bueno que me lavara el rostro. Pero bueno, decidí estar ahí y "rescatar" un estudio fotográfico con mi pequeñísima contribución. Le pagué, le di las gracias y salí por donde había entrado.

En el camino me sentí culpable por no haberle contado una historia más. Quizá contarle al siguiente, si llegaba algún despistado, que conoció un joven que había estudiado mucho y que todavía no sabía qué hacer con su vida. Pero bueno, supongo que hay precios por pagar por ser romántico, tanto por no serlo. Obtuve malas fotografías por serlo, y un remordimiento por no serlo.

Everest




Entregué mi primer borrador completo de tesis la semana pasada. Creo. Ahorita está en revisión y seguro necesitará muchas correcciones, pero por lo pronto estoy a la espera. Por supuesto, sigo atareado dando clases en prepa y con la licenciatura en comunicación. Pero comparado con antes, me siento de vacaciones.

Este semestre fue para mí, sin duda, el más difícil de toda mi vida, por mucho. Échenle: Excesivo trabajo, estrés, problemas familiares, de salud, emocionales... Económicos no, por suerte. Y yo sabía, ya sospechaba lo que se avecinaba. Le comenté a algunos de mis allegados: "Si logro sobrevivir este semestre, sentiré que escalé el monte Everest".

Y heme aquí, vivo todavía. Yo sé que el semestre aún no concluye, pero lo más difícil ha quedado atrás. Si acaso, falta el descenso. Algunas cosas pueden salir mal todavía. Puedo tropezar, rodar hasta el fondo rompiéndome hasta el más pequeño hueso de mi cuerpo. También puedo resbalar, caer en una grieta, quedar atrapado por el brazo con una piedra, de manera que tendría que cortármelo para sobrevivir. Toco madera.

Creo que no he sido bueno para explicar a nadie cuánta presión implicó los últimos dos años para mi. Pero en especial este semestre. Me acostaba después de las doce de la noche para despertarme a las cinco, yacía acostado en mi cama y el estrés no me dejaba dormir. Padezco del corazón, y el sentirlo latir tan fuerte, casi en mi cuello, me estresaba aún más. Hacía changuitos para que no me diera un infarto durante la noche y descubrieran mi cuerpo tres días después, cuando los vecinos se quejaran por el olor.

A veces tenía que decirme a mi mismo que esto pasaría, tarde o temprano. Me ponía a pensar en los sobrevivientes del holocausto, y decía: Si ellos pudieron, yo puedo. Quizá dirán: “¡Oooooh! ¡Qué gran insulto! ¡Ellos si sufrieron de verdad!” y tienen ustedes toda la razón. Comparado con ellos, estaba en la gloria. Pero así me sentía,

No me crean, pues. Seguro estoy exagerando.

Intentar explicarlo era como explicarle a alguien que nunca ha estado en Mexicali el calor que hace en agosto. Uno hace su mejor intento:

─Aquí hace muuucho calor en el verano ─dirá el mexicalense promedio.
─¡Ah, sí! -responderá el foráneo─ De donde vengo a veces también se pone bien caliente.
─No, no. Es que no me entiendes. Aquí hace MUCHO calor.
─Si, allá también. El verano pasado fui caminando a la tienda, estaba a tres cuadras y regresé sudando.
─No, no, no... ─diría el mexicalense, quizá llevándose la mano a la frente, tratando de pensar cómo explicarlo─ Es que aquí hace mucho calor, no puedes ni caminar en verano.

Indudablemente, en el 100% de los casos, piensan que uno está exagerando. ¿Cuál es la mejor manera de convencerlos de nuestro punto? Cinco minutos en el solazo de agosto. Nomás. Es más, con que salga un solo minuto, ya con eso tienes para entender.

Pues así me sentía explicando las presiones a las que estuve sometido este semestre:

─Es que este semestre estoy muy ocupado...
─Si, yo también.
─No, no, no. Espera... ─Etcétera.

Toda esa presión hizo también que todo se viera peor de lo que era. El mundo se volvió gris, desaparecí de la faz de la tierra. No podía ni saludar a alguien en la calle, las pocas veces que me dejé ver, por que ya iba con prisa. No me aparecí en eventos, no fui a fiestas, tanto familiares, de amigos, de conocidos, de desconocidos. Una que otra vez decidí que sería bueno ver la luz del sol, para no perder la cordura (cosa que estuvo a punto de suceder), pero cuando lo hacía ni siquiera lo disfrutaba. Tenía la bola de pendientes encima, esperándome con actitud amenazadora. Como cuando mafiosos esperan a alguien afuera de un restaurante italiano para darle una paliza. Lo más que le queda a la víctima es tratar de disfrutar lo mejor posible sus alimentos, pero ni siquiera piensa en ellos. Así me sentía.

En cuanto entregué el archivo de mi tesis, me di cuenta de algo. Había un gran elefante en el cuarto al cual no le había prestado atención en dos años. El mundo siguió su marcha y yo no fui parte de él. Simplemente estuve fuera, como un monje budista. Extrañé la literatura, el cine, la fotografía, la música. Todo lo que me hacía ser yo y sentirme vivo.

Extrañé sentarme en el pasto a pensar. Extrañé respirar hondo, escuchar música sin preocupaciones. Extrañé tocar el piano, tomar una buena fotografía. Extrañé leer una buena novela, escribir un cuento. Extrañé escuchar a otras personas, escucharme a mí.

Quizá nunca hice estas dos últimas cosas. Pero ya las hago.

Vi claramente que mi vida anterior fue puro tirar barra. Puro hacer lo que me gusta. Estuvo padre, y lo extrañaba. Pero también faltaba más dirección, más disciplina, más exigirme a mi mismo.

Las cosas malas también comenzaron a acumularse en mi, y no tenía ni tiempo de pensar en ello. Se iban a acumulando como en uno de mis programas favoritos, Hoarders. De pronto ya estaba lleno de "cosas" que no me gustaban en otras personas. Como dicen los acumuladores del programa, simplemente pensé que las sacaría al día siguiente. Pues tuve que hacer una limpieza masiva. Me imagino cómo me veía ante los ojos de los demás, pero nadie sabía (ni sabe) la historia completa.

Esta limpieza no sólo consistió en sacar cosas que no me gustan, sino en reintroducir aquellas que amo. De pronto me encontré a mi mismo pensando en tramas para cuentos de nuevo. En actividades creativas y estimulantes.

Me di cuenta de que hay muchos libros que se publicaron hace ya años, y que estuve esperando a que salieran. Ni me di cuenta de que ya son viejos. Se acumularon nuevos discos por escuchar, nuevas películas por ver. Mis conocidos se casaron, divorciaron, tuvieron hijos, perdí personas... Ni me di cuenta.

¿Estoy arrepentido? Noup. Esto fue simplemente un exorcismo. Los cambios no se dan sin dolor. No pain, no gain. Fue muy doloroso desprenderme de cosas, actitudes y personas. La tesis es lo mejor que he escrito en la vida. Estoy muy satisfecho con los resultados. No he hablado mucho al respecto por que no quiero arruinar la sorpresa. Aunque, claro, las tesis nadie las lee y tampoco importan mucho que digamos en el orden cósmico. En fin.




Pero la tesis qué. Es un vil documento. Yo soy una persona, y ahora soy otra. Las circunstancias me moldearon. ¡Qué va! No me moldearon, me madrearon hasta que agarré forma. Pero ni modo, así es esto. Las bombas atómicas emocionales rompieron mi coraza, llegaron al fondo y me hicieron sentir. ¡Sí! Como nunca antes en mi vida, sentir otra vez, vivir... O quizá no otra vez, si no por primera vez.

Primero la tormenta revolvió todo, luego amainó. Las nubes grises quedaron, y se retiraron paulatinamente. Hasta que dejaron entrar algunos rayos del sol. Todo quedó empapado, pero limpio. Se fue despejando el cielo, hasta que se evaporó la lluvia. ¿Han visto cómo se ve la ciudad cuando ya el sol secó todo? Así me siento.

La gran pregunta que por fin he tenido tiempo de preguntarme: ¿Ahora qué?

Gran cuestión, pero tengo varias y deliciosas respuestas.

Sentimiento de abandono

Creo que ya puedo escribir sobre esto. Ha pasado bastante tiempo. Es una historia interesante que con frecuencia utilizo para ilustrar algún punto. A veces no cuento anécdotas por miedo a que las personas involucradas sean identificadas, generalmente lo son. Pero ya pasaron muchos años de esto.

Para mi servicio social de ingeniería entré al departamento de soporte técnico de una empresa. Recién habían movido a la encargada de puesto y ascendieron a una recién egresada de licenciatura en informática. Diría yo que tenía unos 26 años. Se encontraba muy insegura acerca de su propio conocimiento y experiencia, así que la asistiría con los problemas técnicos. Éramos tres personas en el departamento: La encargada, otra muchacha de servicio social (ya había terminado pero esperaba que le dieran trabajo) y yo.

En momentos ociosos, cuando no había muchos problemas por resolver, mi jefa nos platicaba sobre su vida. Nos contó que tuvo que entrar ahí a trabajar de secretaria a los 14 años, o al menos eso recuerdo. El motivo fue que un día su papá simplemente se fue y las abandonó a su mamá y sus hermanas. Un día despertaron y ya no estaba. Nunca volvió ni supieron más de él.

Ella, la mayor, tuvo que llenar los zapatos y trabajar para mantener a su familia. Estaba muy orgullosa de haber sacado a sus hermanas y su mamá trabajando desde tan joven. En el periodo en el que estuve ahí, todavía estaba involucrada en los planes para la fiesta de graduación. Había ascendido varias veces y ahora que ya tenía una licenciatura la habían puesto en soporte técnico. Así que tuvo que estudiar, trabajar y mantener a sus hermanas y su mamá.

Yo no hablaba mucho en aquel entonces. A la gente le gustaba contarme cosas por que me limitaba a escuchar sin criticar ni alegar. No era muy amenazante. De hecho, hace poco visité a una excompañera de la universidad y me comentó que hoy en día, a diferencia de entonces, no me para la boca. Que antes era mucho más selectivo para platicar con alguien o para elegir a quién responder.

Volviendo a la historia. El problema es que no sé qué hizo mi jefa durante su carrera, por que siendo sinceros no aprendió mucho que digamos. Se atoraba con los problemas más simples, como impresoras que se negaban a imprimir o mensajes de error en la instalación de cierto software. Por esto mismo me mandaba a mí a resolver todos los problemas, y no sabía qué hacer con muchos de ellos. Estaba morro, pues, me había alejado mucho de las computadoras. Era la época cuando quería ser director de cine y demás. Estaba morro, pues.

La mayor parte de los regaños me estaba tocando a mí, porque yo daba la cara. Ella solamente recibía las llamadas de ayuda y yo salía a hacer el ridículo. No niego que fue una experiencia muy educativa, pero era muy estresante no tener alguien a quién recurrir en busca de ayuda.

El punto es que el resto de los empleados se dio cuenta, y los rumores comenzaron. Que ella no daba el ancho para el puesto y así. Mi jefa no tomó a bien los comentarios, nos decía: «Aquí sólo nos tenemos a nosotros, nadie más nos va a ayudar»

Un día se me acercaron la antigua encargada del departamento, y la encargada de otra área de informática. Me preguntaron que cómo me estaba llendo. Les dije toda la verdad, que realmente yo estaba dando la cara y me ponían a hacer todo. Que no veía a mi jefa muy capacitada y ese tipo de cosas. Se vieron un momento y me dijeron: «Está bien, te vamos a cambiar de área. Ya no vuelvas para allá». Me colocaron en un escritorio y me preguntaron: «¿Dejaste algo en esa oficina?». Y yo: «Sí, mi mochila». Se quedaron contrariadas, y me dijeron: «Espéranos tantito».

Una de ellas se fue y volvió a los pocos minutos. Me escoltó a mi anterior oficina para recoger la mochila y cuando llegamos mi exjefa estaba bañada en lágrimas. Esta escena me sacó mucho de onda. Ella me dijo, sollozando y con los ojos bien abiertos: «¡Miguel! ¿Qué hice mal?». Yo intenté mantener la calma: «Nada, no hiciste nada mal». Mi nueva jefa intervino: «Lo vamos a cambiar de departamento donde haga algo más avanzado, donde pueda aprender más».

Pero fue como si mi exjefa no hubiera escuchado nada: «¡Dime qué hice mal, Miguel!» decía con la voz toda quebrada por el llanto y el final de cada palabra era casi un lamento doloroso. Sobre todo el final de cada frase. Debo confesar que caí un poco en el jueguito chantajista. Quería consolarla o algo. Me dolió verla así, con las lágrimas en los cachetes y su abundante maquillaje arruinado.

Tomé mi mochila y no encontraba la manera de irme. Ella seguía llorando y sentía que no podía desprenderme. Finalmente mi nueva jefa dijo: «Ya nos vamos» y me tomó del brazo hacia la salida. Ya no sé si esto sucedió, o estoy embelleciendo la escena con mi memoria, pero creo que estiró la mano. Lo que si estoy seguro es que pronunció un último y doloroso «Miguel» como intentando retenerme.

En el pasillo, mi nueva jefa se burlaba de ella, simulando tallarse los ojos con los puños: «Miguel, ¿qué hice mal? ¡Dime qué hice mal!». Yo todavía estaba un poco en shock sobre lo que había pasado. Estaba morro, pues.

Tiempo después, cuando comentaba esta anécdota con un conocido que es psicólogo, me dijo: «¡Pues claro! Tiene un sentimiento de abandono bien cabrón». Y sí, pensándolo bien, sospecho que revivió el trágico momento cuando su papá ya no estuvo más con su familia. La situación fue demasiado similar.

Quizá por eso nos dijo que nosotros, las tres personas dentro de esa oficina, éramos los únicos en quienes podíamos confiar. El que simplemente le llegaran con la noticia de que ya no estaría más  con ellas, el yo ser una figura masculina, no sé, fue demasiado cercano. En realidad no me estaba preguntando a mí, estaba preguntándole a su papá. Nunca ha tenido oportunidad de saber, de preguntarle qué hicieron mal su mamá y sus hermanas para que un día decidiera abandonarlas así como así. Tantos años con esa incertidumbre convertida en culpa no salen gratis.

¿Por qué cuento todo esto? Creo he visto cosas así más de una vez. Y claro, nadie está exento de que le suceda. Muchas veces, cuando alguien está actuando como loco, cuento esta breve historia. Sólo para ilustrar que las actitudes irracionales tienen un origen explicable. La mayor parte de las veces. Nunca sirve de mucho.

Ya pues, ya me callo con mi psicología de pacotilla.

Ayúdate a ti mismo y el mundo te ayudará


Soy demasiado raro. Si ustedes saben algo de mi, aunque sea superficialmente, concordarán conmigo. Pero si me conocen a fondo, sabrán lo endemoniadamente laberíntica que es mi personalidad. No lo digo en el sentido positivo, ni tratando de hacerme el interesante. Soy un vil fenómeno de la naturaleza, una mutación extraña con los cromosomas despaturrados. Bueno, no sé si la genética tenga algo que ver, pero estoy casi seguro de que si observan mi ADN con un microscopio electrónico, habrá algo ahí que dará miedo.

Tampoco descarto la idea de ser totalmente convencional, de tener sangre rojita como todos y cromosomas en forma de X, no de W como sospecho. El problema es que uno siempre carga consigo mismo para todas partes. Desde que nace. Tonces está difícil distanciarse un poco para verse de lejitos. Para observarse en lo cotidiano, así a la sorda, mientras se soba uno la barbilla con una mano y entrecierra los ojos pensativamente.

Como siempre estamos enjaulados dentro de nosotros, no podemos darnos "un tiempo" para separarnos, pensar bien las cosas y decidir si queremos seguir juntos. Si tuviéramos esta habilidad, podríamos decirle "¡Al rato!" a eso que no nos gusta e iniciar desde cero. Estaría bien padre y el mundo sería mejor.

Pero no. Aquí seguimos batallándole. Sobre todo yo. A lo que voy es que me ha costado mucho trabajo conocerme. Poco a poquito he logrado algunos avances, pero me falta. No sé si algún día terminaré. Lo que sí sé es que soy bien pinche raro. ¿Cómo lo noto? Simplemente no sé integrarme al resto del universo. Como que el orden cósmico no me tuvo contemplado en su plan maestro y ando dando tumbos por todas partes como pelotita de pinball.

Mientras crecía veía cómo los demás se mezclaban en eso que llaman "sociedad" como peces en el agua. Yo no podía, sentía que me ahogaba. Con los años tuve que desarrollar algunas habilidades para salir a flote. Veía lo que otros hacían y trataba de hacer lo mismo. Hasta la fecha, si me integro a la sociedad es por que he aprendido a pretender muy bien, como un simio entrenado. Todavía me siento inadecuado y torpe, pero vieran cómo un chango vestido y entrenado se parece mucho a un humano. Bueno, no tanto, pero da el gatazo. O el changazo. ¿Han visto los changuitos de los organilleros? ¡Se miran bien humanos! Hasta estiran la manita para pedir monedas con su gorrito.

Pero cuando se me olvida pretender y sale el verdadero yo, ¡aguas! Rápido los demás se dan cuenta de que hay varios tornillos sueltos y que no hay remedio. Como dicen los ajustadores de seguros: Pérdida total. Y hacen lo que cualquier persona sensata haría: Sacarme la vuelta. Si yo fuera sensato también me sacaría la vuelta, no los culpo.

Tuve que resignarme a vivir conmigo pa' siempre. Fue un golpe muy duro. Además, aprender a conocerme. Hay un supuesto tercer paso para ser feliz que es el aceptarme como soy. Esto es taaaaan difícil. En serio, a veces me dan ganas de brincar fuera de mí y gritarme: "¿Estás loco o qué?". A lo que me respondería "Totalmente, ¿y tú?". Y ya rascándome la cabeza añadiría: "Cierto, es obvio. No sé ni por qué te hice la pregunta".

Y volvería dentro para continuar mi retorcido camino llamado vida. Estar como pelota de pinball estuvo padre durante algún tiempo. Iba acumulando puntos, había muchas lucecitas parpadeantes y nunca sabía en que agujero iba a caer. Pero después de un rato te mareas y te da hasta vértigo.

En resumidas cuentas, soy un simio entrenado, que se encuentra enroscado como pelotita de pinball y ha dado muchas vueltas por el tablero. Hasta ahí es donde tengo avanzado en la tarea de conocerme a mi mismo. Si me tienen algunos otros tips o descripciones sobre cómo soy, pues ahí me avisan. Por lo pronto arrastraré mis humanidades lejos de la computadora, ¡y vieran que pesan mucho! Una ayudadita, ¿no?

Apuestas y videojuegos

Héctor Algravez me preguntó si critico por igual a los videojuegos y las máquinas tragamonedas de los casinos. Haré algunas aclaraciones, porque varias personas se llevaron la impresión de que soy un "amargado" por no disfrutar el tirar mi dinero a la basura.


No creo que todos los juegos de azar sean iguales. Los peores me parecen, como ya mencioné, las máquinas tragamonedas. Pero hay muchos niveles intermedios. Creo que las apuestas deportivas son muy diferentes por que, aunque hay azar involucrado, intuyo que también hay algo de conocimiento por parte del apostador. Es decir, él puede hacer una estimación semi-informada sobre el resultado de algún partido o carrera de caballos o lo que sea. Ahí, aunque sea marginalmente, hay alguna participación activa del apostador.

Quizá sea lo mismo en el póker. Pero no puedo saberlo con certeza por que no me gusta apostar. No me gusta la incertidumbre con mi dinero. Como no arriesgo, no gano (tampoco pierdo).

Los videojuegos también involucran una inversión y lo que el jugador gana es únicamente un poco de diversión. Sin embargo, hay enormes diferencias. En gran parte de los juegos, mientras más hábil es el jugador menos tendrá que invertir. Por otra parte, no se está poniendo en riesgo su dinero. Simplemente depositas la moneda y tienes el mismo derecho a jugar. A mi me aburren la mayor parte de los videojuegos. A estas alturas sólo juego Dance Dance Revolution, que me permite ejercitarme, y puedo gastarme hasta unos cien pesos al mes, cuando mucho.

Pero con las tragamonedas, el jugador no tiene la más mínima oportunidad. Los casinos nunca nos revelarán las probabilidades reales de ganar, pero un simple vistazo nos muestra que son mínimas. Es aplastar un botón hasta que se vacíe tu tarjeta de dinero.

Básicamente, para mí, esa es la diferencia.